lunes, 28 de septiembre de 2009

el verano del adiós


Hay días que semejan una toma de aliento que, contenido, parece dejarlo todo a la espera. Algunos veranos se niegan a acabar.
Así a lo largo del camino se extienden esas flores que, al tocarlas, desprenden una lluvia de óxido de otoño. Por todos los caminos parece como si un circo destartalado hubiera pasado y dejado un reguero de viejo hierro con cada giro de sus ruedas. El óxido se extendía por todas partes, esparcido bajo los árboles y las riveras y cerca de las vías mismas por donde una vez pasó una locomotora que no volvió jamás. Así los copos florecidos y las vías férreas juntas se convertían en hojas en el borde de otoño.
-mira Doug-dijo el abuelo, mientras volvían a la granja desde la ciudad. Tras ellos, en la camioneta había seis grandes calabazas recién cogidas del huerto- ¿ves esas flores?
- sí, señor.
-Adiós el verano, Doug. Ése es el nombre de esas flores. ¿Notas el aire? Agosto vuelve. Adiós al verano.
-vaya-dijo Doug- qué nombre tan triste